12 de mayo de 2007

Elegía para mi madre

¿Cuántas veces he de perdonar
a mi hermano cuando me ofenda?
¿Siete veces?
Mateo 18, 21


Yo creo que todo pasó tan rápido que ni siquiera tuve tiempo para mirarme al espejo, y eso que la casa de mamá está llena de espejos (en realidad no sé si sigue estando, si sigue estando en pie). Era el suplicio diario: era verme y no verme, mirarla y no mirarla. Sin embargo, ese día, no haber visto mi imagen en el espejo fue un detalle más que se sumaría a la crónica, porque ese día mi reflejo era mamá.
Llegué a pensar en por qué, en cómo iba a hacerlo, pero no pensé en mí. Ese fue el delito: siempre hacer las cosas por y para ella. El psicólogo me decía que yo me movía por la fuerza de alguien, no por la mía. Tenía razón. Ni siquiera me movía por inercia. Yo armaba un escenario, era personaje de mi propia tragicomedia. Actuaba para un público que era el verdadero protagonista. Ese público era mamá. Él no estaba errado, yo hacía las cosas para ella y tenía que terminar con esa situación.
Ahora es lamentarse, es hablar de lo que ya pasó; antes era consentirla, condescender para evitar los gritos, el “Debería haberte abortado”, la negativa a una vida que ahora no sé si es mía, porque no sé si fue con la de ella, si en algún punto no somos una.
Cuatrocientas noventa veces, si era necesario, pero no más de eso. Setenta veces siete. Pero mamá es omnipresente, y de eso me doy cuenta hoy, cuando la pena capital es lo único que pesa, cuando mamá es la condena, cuando el agravado por el vínculo no es más que su nombre, no es más que ella pidiendo piedad. Y yo pidiendo perdón por tener que complacerla con su muerte. Es verdad; antes de dispararle, incluso ahora, estoy pensando en ella, en satisfacerla, en hacer todo lo posible para que no me moleste.
Pero decime, mamá, ¿ahora las cosas no están mejor? Decime si no es mejor que Segundo sea ahora el único que te vive. Te vive, sí, porque vive la herencia. ¿O me vas decir que no está todo bien, ahora, entre vos y papá?
Pienso que después de todo, por fin, pude hacer que vos estés bien; y no me molesta haber sacrificado mi libertad por eso. Me parece que, en realidad, nunca fui libre: nunca fui tan libre como ahora.